Para mí escribir es tan necesario como respirar. Necesito escribir para vivir. La escritura es como mi brújula que no deja que me pierda en la cotidianidad y sus absurdos. Escribir evita que me aleje de mi misma y que la banalidad me devore.
La escritura es la balanza de mi equilibrio. Pone mis pues en la tierra, pero a su vez me da grandes y hermosas alas para volar por mi universo, por el mundo, por el cosmos.
Cuando escribo reflexiono, desato mis nudos mentales, todo lo comprendo mejor; el mundo se vuelve agua cristalina en la que puedo nadar.
“Escribir hace el mundo asombrosamente soportable” dijo alguna vez Arturo Pérez, “Sin escribir… no podría soportar el mundo en el que vivo”. Y así es, escribir es respirar aire puro, saliéndome de la realidad contaminada y maloliente.
Para Arturo y para mí escribir definitivamente es “un acto personal de felicidad”.
Escribir me hace libre y es un acto de rebeldía. Es un privilegio que las letras lleguen a mí y me llenen de luz. Me convierto en un faro permanente encendido con cada palabra.
Cuando escribo me exorcizo, me encuentro, reconozco. Si yo no escribiera todo fuera entrópico, oscuro, lúgubre. Escribiendo soy realmente feliz.

