Confesiones de una exprincesita

¿Por qué ser la bruja y no la princesa? Hubo un periodo de mi vida en la que fui una cuasi princesa tipo Disney de las más cursis y rosa. Pero, de pronto, un día cualquiera me di cuenta que tenía vocación de bruja. Que princesa no era, de hecho nunca me disfrace de princesa cuando era niña, no me gustaba. Pero mi educación escolar quería convencerme de que era una princesa tonta. Y, en algún momento de mi vida, para dejar de ser la rara y “encajar”, comencé a meterme en el papel de princesa. 

Lo cierto es que había en mí una potencial bruja poderosa, estaba dormida, pero tenía muchas ganas de despertar. Aquí fue al revés, la princesa, con una manzana envenenada, durmió a mi bruja interior, la dejó en un estado cataléptico. Y fue la herida mortal (no un beso) de un príncipe azul (desteñido) la que devolvió a la vida a mi bruja interior.

La bruja es sumamente creativa y autentica. Las princesas son tontas, cortadas con la misma tijera y bajo el mismo patrón.

Todas las princesas son como unas ovejitas que siguen la misma senda, las mismas modas y el mismo estilo. Por más que se modernicen, las princesitas no son capaces de martillar un clavo en la pared. Siempre con esa actitud de Bambi desvalida, que hay que proteger y cuidar. Pero esa actitud de Bambi desvalida no tiene nada que ver con la ternura, dulzura y bondad.

Las brujas también son seres llenos de bondad y dulzura.

Las princesas con “cara de yo no fui”, manipulan a los demás para que todo se lo hagan y en todo las ayuden. Siempre encuentran a alguien que les resuelva los inconvenientes. Y sobre todo, viven en una burbuja, en un mundo absurdo, sumergidas en lo superficial. 

En cambio, las brujas saben solucionar sus problemas y están directamente vinculadas a la realidad del mundo en el que viven. Las brujas tienen iniciativa y son capaces de resolver dificultades solas.

Como las brujas asustan a los hombres, a las suegras y a las cuñadas, hay que disfrazar a la bruja de princesita. Y eso hice algún tiempo, me disfracé de princesa, me puse la mascara de Blancanieves para parecer normal ante la familia del novio y hasta para que él pensara que era una chica normal, como esas a las que él estaba acostumbrado a tratar. Dejé de ser yo misma, sólo era yo cuando estaba sola, cuando no estaba con él. Hasta deje de escribir… Y terminé no siendo ni bruja ni princesa, no sé que fui…

Las brujas me gustan porque son astutas, brillantes e inquietas por naturaleza. Me criaron como bruja, pero el colegio, la sociedad y el consumismo me convenció que era una princesita y yo me creí ese nefasto cuento en un periodo de mi vida.

Ahora sé que no soy ni princesa ni bruja, ya no me etiqueto ni me catalogo, no me obligo a encajar en un patrón. Ni bruja ni princesa, simplemente yo.  

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