Recuerdo que estaba en clase de religión y la monja empezó a explicar la Santísima Trinidad. Leyó versículos de la biblia, no recuerdo qué y cómo explicó la Trinidad, lo que sí tengo en la memoria fue que levanté la mano, ella me dio la palabra y le dije algo así: “eso es mentira, esa historia no es verdad, cómo es eso que son tres y son uno, así como lo cuenta es falso, tiene que existir otra explicación…”. Hice una pequeña disertación de niña de 8 años, en la que le reproché a la religiosa la veracidad de la historia de la Santísima Trinidad.
Seguramente le debí parecer altanera, porque a esa edad yo no tenía filtro, de hecho, era muy contestona. Le debí parecer muy insolente a la profesora.
No recuerdo si fui grosera y altanera, pero estoy segura que no fui irrespetuosa o vulgar, nunca hablo con palabras soeces, ni ahora ni antes. Pero, la rectora llamó a mi mamá al trabajo, la monja me llevó del salón a la rectoría diciendo que era grosera y altanera.
Le dijeron a mi mamá que tenía un problema de fe y una mala educación religiosa inculcada en mi casa. Y no sé que otras cosas le habrán dicho, recuerdo la cara de preocupación de mi madre.
Pero en realidad mi mamá no tenía la culpa de que a esa edad no creyera la historia de la Santísima Trinidad, nadie en mi casa me había dicho algo que me invitara a dudar de la Trinidad y nadie me había inculcado ideas contrarias. Lo que pasa es que, a esa edad, yo ya me había leído un montón de libros de diversas temáticas, lo cual había creado en mi la capacidad de dudar de cualquier historia que me contaran y no era una niña que se creyera algo porque se lo decía un superior, porque la profesora le dijera que esa era la verdad, fui una niña a la que le tenían que argumentar de manera muy coherente las cosas para que pudiera yo misma concluir que eran veraces.
Mis dudas y cuestionamientos constantes sobre todo lo que me rodeaba vienen de fábrica, siempre he sido así.
Y no creo que mi mamá tuviera idea que a esa edad me estuviera cuestionando por la veracidad de la historia de la Santísima Trinidad. No porque ella me tuviera desatendida, sino porque yo pasaba leyendo y escribiendo, obsesionada con temas, para los demás era muy difícil saber lo que pasaba por mi cabeza sino me lo preguntaban o yo misma lo expresara.
Hacia pocos meses había muerto mi papá y teníamos la vida complicada. Creo que eso fue lo que le dijo mi mamá a la rectora, que me tuviera paciencia porque estaba en duelo.
Cuando llegamos a casa hablamos del tema, no recuerdo mucho, yo le expresé lo que pensaba y ella me escucho, luego ella me dijo lo que pensaba y no recuerdo a que conclusión llegamos. Lo que si tengo en la cabeza es que me dijo que al día siguiente debía pedirle excusas a la monja y mi mamá me pidió que no contradijera más a los profesores, especialmente de religión.
En la noche me senté y escribí dos cartas, una para la profesora de religión y otra para la rectora, las metí en sobres y las deje en la mesa de noche.
Siendo honesta no tengo la menor idea de lo que decían las cartas, sólo recuerdo que cuando me desperté mi mamá tenía las cartas en la mano y me dijo: “esto no se lo vas a entregar a nadie en el colegio. Por favor no le escribas ni le entregues cartas a tus profesores sobre el tema de la Santísima Trinidad. Tenemos muchos problemas en estos momentos como para agregarle uno nuevo”. Y me pidió con mucho amor, que por favor no generara más dificultades.
Entonces mi madre me pidió que rompiera las cartas, lo cual hice y que le prometiera que no iba a escribir nuevas cartas y ni a entregarlas. Promesa que cumplí.
Le pedí disculpas a la monja y no volví a cuestionar en clase nada de lo que nos enseñaban en religión.
Pero en mis cuadernos escribí disertaciones enteras en las que me quejaba e indignaba por las clases de religión. Y eso lo leía sólo yo, así que era libre de decir lo que se me antojara.
Por cierto, ese año en uno de los boletines la directora de grupo puso que yo era una niña con tendencias anárquicas… una nueva etiqueta que me pusieron encima a los 8 años.
